La adolescencia monstruo | Reseña de Las novias de Cristina Morano

Reseña de Las novias de Cristina Morano

No tenía ganas de fingir ni de salvarme de nada, estaba harta de tener cuerpo, de sangrar, de pesar y de tener intestinos, pulmones, córneas, páncreas, bolsas, bultos, plasmas, costras, huecos, puaj.

Las novias

Me interesan desde siempre todas las creaciones -series, películas o libros- que escrutan la adolescencia, esa etapa monstruo en la que el yo se sale por las costuras. En las transiciones de la vida, más pegados a lo primitivo, a la intuición o a un espejismo de libertad, niños, ancianos y adolescentes me parecen más misteriosos, curiosos e incluso conmovedores que la larga edad adulta, aplastada por los convencionalismos, las normas, las facturas y los trabajos. Desde El camino de los ingleses —novela que quizá me haya leído unas diez o quince veces— a la voz singularísima de Elisa Victoria, el tierno macarrismo de Juarma o series como In my skin, Prisma, Sospechosos o la deprimentísima Euphoria, la adolescencia y sus relámpagos siempre me acaban encontrando, como las raíces de un hongo cuyas esporas permanecen en la sangre, esperan hasta el año siguiente para reconquistar la tierra. Cuanto más nos alejamos de esta fase-monstruo y más se llenan de arrugas y canas las niñas que llevamos dentro, más luchamos por comprenderla, por rescatar su fuego. ¿Qué somos mientras levitamos en ese éter, en esa tierra de nadie? Su rabia nueva, sus pulsiones, los deseos a borbotones, el cuerpo y sus caprichos y sus posesiones y sus fenómenos meteorológicos y sus pesadillas hormonales, sus perturbadoras mutaciones, la perversa extrañeza al otro lado del espejo hacen de la adolescencia un secreto, un hechizo indescifrable, un challenge del que pocos salen realmente ilesos. A veces, literalmente.

Podría decir que Las novias (inLimbo ediciones) ha sido la gran sorpresa con mayúsculas de 2022, una historia que me estaba esperando en ese montón de libros pendientes para la que los japoneses tienen un bello nombre y que aquí llamaríamos a secas la pila. El relato de Cristina Morano te llama con la urgencia de las luces de una máquina tragaperras, se te mete en las mucosas como un reto viral monstruoso y le clava un cuchillo a tu alma de adulto. Una voz en la cabeza te dice: corta, traga, vomita, engaña, miente, paga, bebe, empuja, deja que crezca. Como un ritual iniciático, el escupitajo en la mano o la sangre mezclada entre dos pulgares para sellar un pacto secreto, la transmutación ya se ha iniciado. El parásito ya está dentro. Empezarás a odiar la escuela y a los padres-jefes-captores, a la metamorfosis del organismo en nido de pelos, coágulos, ovarios, estirones. A la dictadura solemne y aburrida del colegio, a las aspiraciones burguesas, a los veranos familiares, a las calles de siempre. ¿Y si supieses que para salir del laberinto solo necesitas una cosa? Valor.

Las novias

Narrado en primera persona con una voz brutal, pura rebeldía descarnada, Las novias divide en seis partes unos meses cruciales en la vida de Trini, una alumna adolescente del instituto Berta Cáceres, donde los alumnos sobreviven al tedio del pueblo entre cigarrillos y arcadas, apuestas y sótanos, retos analógicos y viscosos juegos virtuales, dibujos de ciencia-ficción y horror, canciones y secretas desobediencias. Con pinceladas de un costumbrismo tenebroso y ese toque de chipotle que le da el regusto a thriller de algunos pasajes, en realidad estamos ante una novela inquietante y de la que brota un aura desafiante, una quemazón. Un drama visceral que te hará convulsionar. Le harás un hueco a Estrellitas, a la Reco, a la Txarra, a Rosalinda, a Fenomenal y al Sepas, a un caballo digital llamado Oyambre, a la Madre y a Farida y a Zelick.

Conocerás la verdad, y parafraseando a la biblia, te hará libre (con su monstruosidad incluida). Si de algo habla esta obra es del cuerpo: de su transfiguración, de su aguante, de sus dolores, de su desplome, de los espíritus inquietos que ocupan esos sacos de órganos en los que no pedimos nacer, pero estamos obligados a habitar. A seguir comiendo, ancheando, sangrando, mojando, durmiendo, anhelando, vacilando en un mundo de adultos inanes. Hipócritas y callados ante la injusticia, adormilados ante las sensaciones más puras que ya son parte de otra vida anterior. También habla del deseo, del peligro, de la inconsciencia, y de la agencia de ese cuerpo. Atraído por el vértigo, por la podredumbre, por lo innombrable.

Como sucede con otras obras geniales de nuestro tiempo — la película Mantícora es un gran ejemplo — no dejes que te hablen de Las novias. Léela: no sé como no está todo el mundo recomendándola a gritos. Su originalidad apabullante, su prosa turbadora y su historia magnética relucen como una planta carnívora comiendo moscas en tu mesita de noche. Como una señal de peligro debajo de la cama. Como dice una canción de Joe Crepúsculo, «las fosas están llenas de destellos/y te muestran donde acaban las cosas».

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