Aunque no aparezca en el diccionario, me atrevería a decir que la melancolucidez es la clarividencia que solamente podemos conocer al apartarnos del mundo y refugiarnos en la madriguera propia, lejos del mundanal ruido y con las persianas a media asta, o paseando por la ciudad sin rumbo, cortando un tajo en la rutina, revisando viejas cartas y álbumes de fotos. Disfrutando un poco de esa serenidad azul de la tristeza. En aquellos polvos están nuestros lodos de hoy, asomando por conversaciones y cábalas, insomnios y mensajes con amigos, regalos de alguna expareja, canciones que un día fueron las reinas de la guantera de aquel viejo coche. Dicho de otro modo: hay una sabiduría secreta en la melancolía, solamente accesible para quienes deciden apearse de la rueda, bajar el volumen y mirar hacia dentro, pa lo hondo, a ese pozo lleno de baratijas, recuerdos y tiritas.
Esos días a finales de aquel año es un libro singular, originalísimo, totalmente diferente a cualquier obra que pueda ofrecerte hoy en día el mercado editorial español. Una especie de biblia apócrifa para los solitarios, una colección de recuerdos en torbellino, de encuentros fortuitos, de navidades paganas lejos de la familia original, del pegajoso calendario y de las rutas marcadas. Un caleidoscopio para escapar del siglo XXI y buscar las migas de vuelta a casa, como Pulgarcito. Una historia filosófica sobre la soledad y la compañía, sobre cómo recomponerse en la edad adulta, cuando el poder de cicatrización ya flaquea.
El protagonista de esta novela escrita por Álvaro Llamas para la maravillosa editorial Niños gratis decide encerrarse una temporada: le agobia visitar a sus padres en las fiestas navideñas, le debe dinero a un buen puñado de amigos y desde su anterior ruptura no ha experimentado grandes conexiones amorosas. Así, se dispone a hibernar en su piso, a tomar notas sobre el confinamiento elegido y la melancolía durante las noches de vigilia, y a huir un poco de los relojes que todo lo aplastan. Será «un final de año de descanso y relajación» que también te servirá a ti, lectora o lector, como linterna para mirar hacia dentro.

El estilo de Llamas es encantador, agudo y reflexivo, con un punto pedante delicioso, arremolinado, lleno de historias dentro de historias, como una matrioska envolvente, como sentarte a escuchar las mil anécdotas de una abuela al lado de una cocina de leña con un buen vaso de licor café. Tantas frases se quedaron marcadas que, si me gustase subrayarlas, casi se agotaría el grafito de un lápiz entero.
(«No sé en qué momento de nuestra infancia empezamos a encontrar desolador ese descampado que separa nuestro cuerpo del de los demás, y empezamos a hacer uso de la fantasía para decorarlo»)
El protagonista de Esos días a finales de aquel año se topa con cartas sentidas de su madre, toma cerveza con amigos nómadas que paran en la capital en Navidad, se encuentra con viejas amistades, vive el extrañamiento ante un Madrid vaciado, recuerda sus anécdotas universitarias, trasnocha tomando notas, serpentea las calles de su barrio. Y en cada acto, los seres queridos con los que se cruza traen bajo el brazo otras cantinelas: las de sus familiares, las de sus amantes, las de sus compañeros de piso. Para reírse a carcajadas o sobrecogerse, para capturar ese destello sobre las cabezas que solamente brilla cuando se conectan los amigos o los enamorados. A veces, durante solo una noche.
«Resulta curioso rememorar existencias pasadas, cuando nuestros actos y sentimientos tenían otra esencia y distinta dirección, y el olvido ha hecho un efecto destructor sobre ellas parecido al de las inundaciones, los incendios o los vendavales. Al rescate ya no quedan significados completos, solo despojos», reflexiona uno de los personajes.
La particularidad y la profundidad que adquiere la buena recua de personajes que pasan por los últimos días de este año agonizante me ha llamado la atención. Porque pasar un trozo de día con Manucho, con Javier, con Lara, con Miguel o con Umberto, también es descubrir la constelación de sus relaciones, sus afectos y desencantos. Como un mapa de metro pero con seres humanos en cada parada.
Esos días a finales de aquel año es una lectura diferente, azulada y penetrante que te dejará poso. Encomiéndate a San Esteban, a las pastillas, a los libros o al paseo. Sus páginas crecerán en tus brazos como ramitas de la conciencia de estar vivos.
Imagen | Fernando García Redondo/Flickr