El Premio Tusquets Editores de Novela siempre es una sorpresa, un lujo y un descubrimiento estimulante. Hace años aluciné con Los gatos pardos y descubrí al originalísimo Ginéz Sanchez, mientras que en las dos últimas ediciones brillaron como luciérnagas las novelazas de Bárbara Blasco y Marta Barrio, Dicen los síntomas y Leña menuda respectivamente. Ambas historias compartían una intimidad palpitante, los tentáculos de la pérdida y reflexiones sagaces sobre la maternidad, la muerte o la forma de estar en el mundo. Libros oscuros pero con una extraña luminosidad, una farola al final del túnel, un abrazo después del tsunami.
La nueva -y flamante- ganadora de este galardón XIII Premio de Tusquets Editores es Mira a esa chica, la primera novela de la filóloga y autora de relatos Cristina Araújo Gámir. Un relato inmersivo cuyos ecos resuenan en la mente de quien abre el libro: una violación grupal a una chica joven y todo el torbellino desencadenado a su alrededor. La carnicería mediática, la mente sombría, los recovecos judiciales, la desconfianza ajena, la oleada de rabia, la realidad anestesiada, los tabiques del dolor, los puentes que unos seres queridos tienden y que otros rompen. No resulta difícil echar la vista atrás y recordar aquellos atroces sanfermines, y todo lo que vino después, pero la novela solamente toma unas pinceladas del suceso para sumergirse en la vida de Míriam Dougan, una adolescente como otra cualquiera que se enfrenta a un verano con amigos, a las ganas de vivir y de bailar, al deseo chispeante, a las ganas de adaptarse, a la incomodidad de los juicios ajenos sobre su cuerpo, a los nuevos amores, a la esperanza que es como una enfermedad autoinmune, a las espinas de ese patriarcado invisible que no se ven, pero pinchan.
Absténgase desconfiados y morbosos. Mira a esa chica tiene una hondura psicológica más profunda que el foso de las Marianas: desentraña hasta la misoginia más sutil que sigue revoloteando a nuestro alrededor, cartograf´ía la vibraci´´on y el malestar y la electricidad de la adolescencia, retira la postilla para conocer cómo funciona la mente de los agresores -la complicidad y la risotada, lo terrible de la deshumanización, el repulsivo credo grupal- ilumina el sufrimiento silencioso de una madre, se asoma a la incredulidad y a la inquina y al odio a una misma, pone una lupa sobre los mecanismos de la masculinidad y de la pertenencia al grupo, hace un agujerito en el cerebro y contempla el aislamiento, la rabia, la congoja, el consuelo.
Conocerás a Vix, a Jordan, a Pattie, a Paola, a Lukas, a Tallie, a Lachance. Podría ser un verano cualquiera, pero no lo es, y además de estremecerte te harás muchas preguntas. La indignación se prenderá´ fuego en tu interior como un periódico viejo. Los porqués se multiplicarán como esporas. Entenderás mucho, y nada a la vez, y querrás que todo arda. Probablemente tú también te sientas una rata.
Mira a esa chica, mírala bien. Abre la costra, y antes de coser, conoce el dolor, la soledad y el entumecimiento. Solo así intuirás los antídotos, las antorchas en la oscuridad, las demoliciones que quedan por delante para que el mundo sea un lugar distinto. Uno en el que el machismo cómplice no campe a sus anchas y en ninguna tertulia de la tele se hable de los chupitos que se bebió la víctima, la ropa de fiesta que se puso o las fotos que subió a Facebook.
El otro día leí que existe una seta capaz de crecer con brío especial después de que un incendio haya arrasado por completo el bosque la temporada anterior. Son las colmenillas de fuego (Morchella eximia), un coletazo de esperanza después de la devastación. Cuando cerré Mira a esa chica, me acordé de los pirómanos, de los montes quemados y de las colmenillas, que siguen brotando de la tierra como el acto de supervivencia más puro de la naturaleza.
Todo el mundo debería leer esta novela.
Imagen de portada | Hernán Piñera/Flickr