Sabotaje y desarraigo | Reseña de Un amor de Sara Mesa

Un amor de Sara Mesa

«No existe espacio si no existe luz. No es posible pensar el mundo sin pensar la luz [lo dijo Heráclito, lo dijo Einstein, lo dijo el Equipo-A en el capítulo 237, lo dijeron tantos]. Y sin embargo dentro de cada cuerpo todo es oscuridad, zonas del Universo a las que la luz jamás tocará, y si lo hace es porque está enfermo o descompuesto. Asusta pensar que existes porque existe en ti esa muerte, esa noche para siempre. Asusta pensar que un PC está más vivo que tú, que adentro es todo luz». Agustín Fernández Mallo, Nocilla Dreams

Nadie en España escribe novelas como Sara Mesa. La suya es una pluma que escarba en los grises, en los defectos patológicos que nos vuelven genuinos, en relaciones tirantes como cables, dolorosas como espinas, incomprendidas por el resto. En lo bello y lo terrible. Por sus páginas siempre se deslizan la obsesión, el desconcierto, la hostilidad del mundo y los pequeños reductos donde sentirnos a salvo. No son novelas exactamente tristes, sino inquietantes, salpicadas de una incomodidad característica, que se mete en el cuerpo como un mal presentimiento y embruja la mente para rascar en los claroscuros. Son libros como peces abisales con linterna, luces azules que dejan a la vista manchas desagradables antes inadvertidas. Y de todos ellos se desprende que no hay humanidad sin pulsión, por oscura que sea esta. También que nadie es lo que parece, escarbando en quienes se convierten las personas cuando se pulsan ciertas teclas. Un amor es su nueva novela y continúa esa senda única que pocos autores se atreven a transitar.

Como en otras ocasiones -Cara de pan, Cicatriz o Cuatro por cuatro representan realidades tan perturbadoras como frágiles-, una atmósfera turbia y deprimente es el medio perfecto para abrir en canal a los personajes, y en esa autopsia también las lectoras experimentamos epifanías y revelaciones. Los ángulos más torcidos de la psique son expuestos a un haz blanco y brillante, sin escapatoria, como de bar de mala muerte con futbolín. Quien esté libre de pecado en La escapa, pueblo destartalado, hinchado de calor y poco acogedor al que llega la insegura Nat para trabajar como traductora desde casa, que tire la primera piedra. El espacio importa y mucho: la hostilidad a la que se enfrenta la protagonista es tan interna como externa, desde un perro huraño que se niega a domesticado a goteras y casas insalubres, una meteorología violenta, vecinos que encarnan todos los males de una sociedad invidualista y agresiva -condescencia, masculinidad tóxica o desconfianza enfermiza-. El peligro y la desazón empapan las páginas.

Un amor de Sara Mesa, publicada por Anagrama, su editorial de cabecera, es una de las joyas imprescindibles de 2020, y desde luego una joya para todo lector hambriento de una nueva obra de la autora. Lejos de pintar una estampa bucólica o romantizar el núcleo rural, las grietas de la Escapa también abrirán las suyas propias: en medio de la extrañeza, una obsesión sexual fuera de control o el autosabotaje Nat deberá empeñarse por sobrevivir y hacerse hueco sorteando prejuicios, confusiones y malos entendidos, confiando en sus instintos o sobreponiéndose a un entorno cada vez más opresivo y violento. La tragedia, marcada por la otredad y la incomprensión, va in crescendo, enfrentándonos con los límites de nuestra propia moral y sacudiéndonos los sesos con los mejores ingredientes de una Sara Mesa en estado de plenitud: fatalismo, perplejidad y deseos que abren o taponan caminos vitales y encrucijadas. A su vez, el lenguaje y el cuerpo lo llenan todo y explican la exclusión y la inclusión en las mecánicas del amor -puesto en duda al ser un concepto manoseado como un trapo, pervertido hasta la saciedad-, la aceptación social o el sexo más primitivo.

Quizás el gran tema que orbita alrededor de las historias de Sara Mesa sea la soledad crónica de unos inviduos cada vez más asfixiados, animales desconcertados buscándose a si mismos en un mundo que no los entiende a ellos y que rara vez resulta un lugar dócil o acogedor en el que vivir.

Imagen de portada | Roser Martínez/Flickr

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