En la sección Poetizando hoy queremos revivir Divorcio, un poema de Anne Sexton (1928-1974). Esta autora norteamericana es, junto a Syvia Plath, -de la que ya hablamos anteriormente en esta sección-, una de las máximas representantes de lo que se ha dado en llamar género de la poesía confesional.
Con una personalidad sumamente compleja y constantemente aquejada por diversas crisis nerviosas, Anne Sexton tuvo su primer colapso tras una depresión postparto en 1954, y tra sel nacimiento de su segunda hija fue hospitalizada de nuevo. Ese mismo año, en su cumpleaños intentó suicidarse. La poesía surgió de sus vísceras como una necesidad, ya que alentada por su médico se unió a un taller de poesía animada por John Holmes.
En el, conoció a la poetisa Maxine Kumin, de quien no se volvió a separar hasta el final de su vida y con quien escribió 4 libros infantiles. En otro taller conoció a Sylvia Plath, animada por Robert Lowell. ¿Cuáles son los pilares de esta maestra de la poesía? Anne Sexton brinda al lector una visión íntima de la intensa angustia emocional, el terror existencial y las vicisitudes sentimentales que caracterizaron su vida. La experiencia de ser mujer se convirtió en el tema central en su poesía. Este punto de vista personalísimo y autobiográfico es el eje fundamental dentro de la figura moderna de la poeta confesionalista, que tocó temas individuales y basados en sus vivencias íntimas, como la menstruación, el aborto o la drogadicción. La lengua de esta autora es toda una joya. Disfrútala.
Divorcio, un poema de Anne Sexton
He matado nuestra vida juntos,
he cortado cada cabeza,
con sus tristes ojos azules atrapados en una pelota de playa,
rodando por separado afuera del garaje.
He matado todas las cosas buenas
pero son demasiado tercas.
Se cuelgan.
Las pequeñas palabras de tu compañía
se han arrastrado hasta su tumba,
el hilo de la compasión,
como una frambuesa querida,
los cuerpos entrelazados
cargando a nuestras dos hijas,
tu recuerdo vistiéndose
temprano,
toda la ropa limpia, separada y doblada,
tú sentándote en el borde de la cama
lustrando tus zapatos con un limpiabotas,
y yo te amaba entonces, eras tan sabio desde la ducha,
y te amé tantas otras veces
y he estado por meses,
tratando de ahogarlo,
presionando,
para mantener su gigantesca lengua roja
por debajo, como un pez.
Pero a donde quiera yo vaya están todos en llamas,
el róbalo, el pez dorado, sus ojos amurallados flotando
ardiendo entre plancton y algas marinas
como tantos otros soles azotando las olas,
y mi amor se queda amargamente brillando,
como un espasmo que se niega dormir,
y estoy indefensa y sedienta y necesito una sombra
pero no hay nadie para cubrirme –
ni siquiera Dios.
Pingback: Lo que hacen los vivos | Un poema de Marie Howe