El auténtico hombre brillo. La gris y devota autora de obituarios y gestora de condolencias online de una funeraria. Una muchacha inteligente de pelo blanco y belleza extraterrestre que sueña con desprenderse de su cuerpo, como las místicas. Una madre incapaz de mirar a los ojos inquietantes de su bebé. Vecinos obsesionados con los roedores del edificio. Adolescentes indomables, lanzados a la vida adulta y privados de ternura en un sitio sin futuro. Una famosa actriz doblegada por la tristeza. Un bloque destartalado de apartamentos llamado La conejera en una ciudad industrial fantasma del Medio Oeste estadounidense. Con esta amalgama de personajes excéntricos, perdidos y ahogados de soledad conforma Tess Gunty La conejera, la magistral novela publicada por Sexto Piso que la ha hecho merecedora del último premio Booker, uno de esos galardones que siempre es sinónimo de genialidad y talento.
La conejera presenta un entorno asfixiante y a la vez muy particular, el de Vacca Vale. Una ciudad otrora bulliciosa y ahora flor marchita, con la economía de capa caída, ahogada en contaminación y perdida en medio de la nada, cerca de la naturaleza salvaje y plagada de personajes en perpetua búsqueda de sentido, como luciérnagas, fosforitas y borrachas que no tienen ningún otro sitio al que ir. Existencias solitarias que buscan salir de su pellejo un rato con violencia ritual, belleza, oraciones, sexo, música o con la simple conexión ajena, con una mano amiga, con el relámpago de otra presencia. Blandine Watkins, esa joven magnética de presencia sobrenatural y obsesionada con la abadesa benedictina Hildegarda de Bingen, es la habitante del apartamento C4 y uno de los hilos vertebradores de esta estrafalaria, conmovedora, brutalmente bien escrita historia.
La conejera es ese cucurucho picante de patatas que necesitas seguir devorando aunque te arda en la boca. Es la ansiedad en el cielo del paladar por ver cómo desemboca esa semana violenta y calurosa de verano. Es ese salmo que te obsesiona y empieza a reverberar en tu interior con vida propia. Es la mirada voyeur a las vidas de esos vecinos, tan desesperados y vulnerables como tú, en un mundo con las paredes muy finas. Es un libro que rasca la costra de uno de los grandes temas de nuestro tiempo: la soledad, ese bicho viscoso, ese veneno invisible que crece en los estómagos y seca la mirada y chupa el alma, y que en sociedades como la estadounidense ya es una epidemia del siglo XXI. En este bloque la soledad se torna muchas cosas: dolor, fe, risa, crudeza, pánico, éxtasis, asalto, esperanza, desesperanza.
Me ha encantado La conejera. Es de esos libros perfectos de principio a fin que no quieres terminar, que te enamoran y te revuelven con sus habitantes disfuncionales, imperfectos y sofocados. Que te aportan clarividencia para convertirte en fantasma y radiografiar la pena y la locura, la enajenación y la levedad de la gente. Que te hacen preguntarte por el más allá y el más acá. Que te dan ganas de salir al balcón cuando la madrugada ya está avanzada para ver cuántas ventanas siguen encendidas.