Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo durante mucho tiempo en unas condiciones de realidad absoluta
Shirley Jackson
Hay películas, series o libros sobre los que alguna buena amiga siempre te advierte: mejor no leas de que va, no mires Filmaffinity, no consultes la crítica, o te la destriparán. Comprueba su magia por ti misma. En el caso de Altar no hubo ninguna recomendación mediante: antes de irme una semana de vacaciones, mi mano se deslizó, guiada por la intuición, hacia esa novedad de la pasada rentrée de Alfaguara, presidida por el dibujo en relieve de una fascinante iglesia, con su cruz y sus pájaros negros.
A un pueblo estadounidense muy creyente y aparentemente apacible llega una persona perdida que pernocta en el banco de una iglesia. Nadie sabe su nombre, ni tampoco su género, su etnia, su procedencia, su edad o su pasado. Le llaman Altar, y según la mirada del observador es negro o blanco, hombre o mujer, adolescente o joven. Su presencia destapa las inquinas, hace florecer la perversión y la rabia de algunos, fermenta las heridas enquistadas, hace regresar viejos miedos al vecindario.
Me encantan las historias en las que la llegada de extraños a un lugar saca lo más perturbador de la gente a la luz. En el espejo con la otredad, en ese encuentro fortuito con lo desconocido, sucede algo casi alquímico, una revelación tan potente como la epifanía religiosa: el abismo se da la vuelta, el monstruo se quita la máscara, el lobo mete su patita de cordero por debajo de la puerta. Nace Frankenstein, Drácula muerde, los vivos muestran cuál es su verdadero espíritu.
De esta maravillosa obra no quiero decir muchas palabras, pues lo importante es leerla y dejar que las preguntas floten solas, como un cadáver marino que emerge a la superficie. ¿Qué importancia damos a la identidad ajena para conformar la nuestra? ¿Es el cuerpo una jaula para el espíritu, o una puerta de salvación? ¿Cómo determina el género y el color de la piel la opresión sufrida? ¿Por qué a la mayoría de la gente le resulta tan inquietante no saber qué es una persona, no poder meterla en una cajita, no categorizarla como al ganado? ¿Acaso lo saben ellos sobre sí mismos? ¿Qué peso tienen las creencias en la conciencia? ¿Se puede ser malo de nacimiento? ¿Qué pasa cuando el deseo se reprime? ¿Los secretos se liberan antes de la tumba?
Leed Altar. Como rapea Elsso Rodríguez: moriremos sin comprender nada,
de lo contrario, no habremos comprendido nada… Aunque no comprendamos, que prenda la llama para mirarnos a los ojos.
Imagen de portada | Andrew Seaman/Unsplash