Material de construcción (Literatura Random House) es literatura de la que salva, de la que no te suelta y se te queda dentro, como un tatuaje Sak Yant, como un latido jondo, como los fotogramas de la niñez. En este libro, híbrido autobiográfico y valiente a caballo entre la novela y el diario, con un estilo poético que escuece y una honestidad que revuelve las entrañas, se narra la historia de una familia, de un lugar y de una época, de sus propias coordenadas. De un padre alcohólico y esquivo; de una infancia de veranos, piscinas y cigarrillos; de las andanzas por los hospitales; de la dignidad y el olvido; de las palabras como mercromina y la belleza cotidiana como forma de resistencia. Y no faltan cartas de amor, noches en vela, preguntas al aire, silencios llenos de mensajes.
Eider Rodríguez eriza el vello de los brazos con sus palabras hondas y verdaderas; con todas las particularidades de sus recuerdos -lo que hace tan diferente y especial a cualquier familia observada de cerca, como una gota o un trocito de tierra bajo el microscopio-. Nos regala la óptica de su niñez y el desencanto adulto, las memorias de una vida entera contemplando una adicción, y mucho más que eso, el retrato de un padre con todas sus aristas: la ternura, la extrañeza, el rechazo y el anhelo.
No se tocan ni se hablan demasiado, pero se entienden a través de una amalgama de sonidos, olores y códigos familiares compartidos. También a través de la descendencia, porque los nietos son capaces de llegar a abismos recónditos de sus abuelos.
«Todos los padres y madres creen, tanto en privado como en público, que sus hijos y sus hijas son especiales. Todos los hijos e hijas creen, tanto en privado como en público, que sus padres y madres son especiales», nos dice.
Podría parecer Material de construcción un libro triste, pero no lo es. Es un libro como la vida, con su disociación y su pánico y su tristeza, pero con su alegría, su esperanza y su destello. Su componerse y recomponerse continuamente con nuevas tuberías, azulejos y cables, como esos materiales de construcción del negocio familiar. Decía aquella de Faulker lo de Entre la pena y la nada, elijo la pena.
También es un homenaje a una manera de crecer, a unos barrios y a unas vacaciones que conformaron la identidad de tantos niños. A una vida que parece efervescente ahora que el mundo va demasiado deprisa.
«He comprado pan de sopa y le he pedido la receta a Amagoia. Quizá esta sea nuestra ouija».
Al acabar esta novela me vino a la cabeza El ángel Simón, la canción tristísima -y obra maestra- que Nacho Vegas le dedicó a su fallecido padre en el disco de Actos inexplicables, allá por 2001, y estos versos suyos.
Como aquella en que al pasar delante de una funeraria nos decías
«Agachaos, no vaya a ser que os tomen las medidas»
Ese era tu consejo, tu sabio consejo y no estuvo mal
Pero se te olvidó algo importante:
Tú también tenías que agacharte
Sí, tú también tenías que agacharte pero
Nunca quisiste cuidarte
Lo dicho, a leer Material de construcción. Es como un arbolito que trepará por tu interior.
Imagen de portada | Manuel r.v/Flickr