Me gustan los libros que empiezan del revés: por el final. Y en Limpia (Alia Trabucco Zeran), editada por Lumen, se conoce el quid de la cuestión desde el comienzo: una niña muerta, la hija de un matrimonio mexicano de clase adinerada. La sospechosa, la que se defiende contando su relato, su éxodo y sus penurias, es la empleada doméstica: una silenciosa mujer chilena de 40 años que relata en retrospectiva todo lo que salió mal, los tentáculos de la infelicidad de esa familia modélica.
«La vida tiende a ser así: una gota, una gota, una gota, una gota, y luego nos preguntamos, perplejos, cómo es que estamos empapados».
Cada capítulo de esta novela es como un dardo, una postal cinematogr´´afica, la radiografía contundente de la nostalgia por la tierra y el apego materno, las dificultades de emigrar para canjear todo el tiempo por poco dinero, los hilillos del odio de clase y el desprecio sutil a las de abajo -a los que te limpian los pañales, a las que te friegan la escalera, a las manos invisibles que retiran tu huella de mierda de este mundo-. Estela advierte que esta historia tiene muchos comienzos (mi llegada, mi mamá, mi silencio, la Yany, y lavar la loza y planchar camisas y llenar de mercadería el refrigerador. Pero cada inicio, inevitablemente, conduce al mismo final). Como lectora, es imposible no abalanzarse a devorarlo, a escudriñar m´as el cómo que el qué, averiguar cuál fue el naipe que descalabró todo el castillo.

Limpia es una novela oscura, dura y ácida, con una tensión cocida a fuego lento, casi en cocina de leña. La protagonista desentraña la psicología de los patrones, la prepotencia que en un rostro solo puede dibujar una cuenta bancaria abultada, la vida resuelta pero hueca, la ansiedad de la niña, la condescendencia de una esposa anestesiada, el narcisismo de un médico solitario, los rincones de una casa donde, debajo del silencio, empiezan a aflorar las cosas si sabes escucharlas. Los objetos también cobran una importancia especial en esta historia: la fregona, el pavo hundido en agua tibia, las pastillas para dormir, el lavadero, el matarratas, la pistola, el teléfono, la bolsa de la compra.
También es una novela sobre la línea que divide a los desheredados de los dueños del mundo, sobre los gigantescos sacrificios sin retorno de la clase trabajadora -tiempo de oro, toda una vida, a cambio de limosnas y minúsculas cesiones, de sentarse a la mesa por Navidad a degustar la comida de los patrones, de ver, oír y callar, de tragarse los demonios-.
«Todo un kilo de sal se había gastado, ¿entienden lo que quiero decir? ¿Saben cuánto tiempo cabe en un kilo de sal?»
Es una historia sobre la naturaleza del desastre: de los primeros rugidos del volcán, de cómo las cosas comienzan a torcerse. Sobre la dignidad y sus roturas; sobre los seres que en algún momento nos hacen sentirnos vivos y felices, y al final, es lo único que se queda cuando el resto de la existencia se barre.
«Lo que define a una tragedia, dijo la mujer, es que siempre sabemos el final. Desde el principio sabemos que Edipo ha matado a su padre, que ha tenido sexo con su madre y que se va a quedar ciego. Sin embargo, quién sabe por qué, seguimos leyendo. Seguimos viviendo como si no supiéramos cuál va a ser el final».
Para terminar, rescato un párrafo de John Cheever que para mí, representa muy bien el fondo de esta sutil e intrincada Limpia.
«Cuando la autodestrucción entra en el corazón, al principio parece apenas un grano de arena. Es como una jaqueca, una indigestión leve, un dedo infectado; pero pierdes el tren de las 8.20 y llegas tarde para solicitar un aumento de crédito. El viejo amigo con quien ibas a comer de repente agota tu paciencia y para mostrarte amable te tomas tres copas, pero el día ya ha perdido forma, sentido y significado. Para recuperar cierta intencionalidad y belleza bebes demasiado en las reuniones, te propasas con la mujer de otro y acabas por cometer una tontería obscena y a la mañana siquiente desearías estar muerto. Pero cuando tratas de repasar el camino que te ha conducido a este abismo, solo encuentras el grano de arena».
Este libro recopila, como Pulgarcito sus migas, todos esos granos de arena que sentaron las bases de la autodestrucción, un fuego que campa en todos los hogares a punto de prenderlo todo. Como canta Ariel Rot, «y es que en las mejores casas a veces ocurren cosas como estas«.
Imagen de portada | Hayley Clues en Unsplash