Nos vemos en el oeste | Reseña de Pequeñas desgracias sin importancia de Miriam Toews

Pequeñas desgracias sin importancia

Pero, a la mierda, puede que los descendientes de la Estirpe Femenina no tengamos riquezas ni ventanas decentes en nuestras casas llenas de corrientes de aire, pero nos queda la rabia y construiremos imperios con ella, caballeros.

Pequeñas desgracias sin importancia

Una hermana con un piano de cristal dentro del pecho y unos ojos verdes chispeantes y una inteligencia desbordante y un dolor enorme.

Una madre brava y fabulosa que se bebe la vida hasta los posos.

Una protagonista caótica y sensible, que pelea y que se multiplica para estar en todas partes, que bebe y escribe y surfea la desgracia. Que daría todas sus entrañas por su hermana Elf, la guardiana de sus secretos, su máxima compañera vital.

Una familia acostumbrada a recomponerse entre los escombros, a construir imperios con la rabia, a celebrar el final de otro día. La depresión como un fantasma, el suicidio como una molécula metida en alguna parte del material genético.

Pequeñas desgracias sin importancia (Miriam Toews), publicada por Sexto Piso, es un chute de adrenalina, una carcajada en el tanatorio, una flor en Fukushima. La última cerilla para encender el fuego, la cáscara de pipa más rica del paquete. Una demostración de que siempre nos queda mecha, de que las ganas de vivir que crecen como inesperada maleza.

Pequeñas desgracias sin importancia

Las vidas de las hermanas Von Riesen no podrían ser más dispares. Elfrieda está casada con un hombre maravilloso, es famosa y tiene un talento musical sin parangón, pero quiere morirse, y ya acumula varios intentos de suicidio. Mientras, Yolandi hace todo lo que puede por mantenerla con vida, pese a no llegar apenas a fin de mes y que su vida personal sea un castillo de naipes siempre a punto de desmoronarse. Su poderoso vínculo también es el de la historia de su familia: el de la presión menonita, el del exilio, el de un padre que se tiró a las vías de tren, el de unas mujeres valientes que enterraron a hijos y a hermanos y siguieron domando a la vida como buenamente pudieron.

He vivido muchísimo con este libro maravilloso. Cuántas ganas de vivir contagia, cuánto anhelo, cuánto humor para amortiguar la caída, cuánto aprender de las que nos preceden para suavizar la pena y regar el arrojo. Por en medio, muchos aprendizajes: hacer trizas la culpa/sacarle brillo a la agonía hasta que reluzca como estrella polar/maximizar la autonomía y minimizar el sufrimiento/pensar en la muerte, y en la voluntad, y en la memoria.

Pequeñas desgracias sin importancia es una novela muy valiosa. Un alegato vital que empuja a favor de seguir brillando, de dejar soltar, de amarrar el recuerdo, de compartir de la desdicha, de descorchar un vino, de abrazarse a una novela policiaca. De la familia como ancla, de la unión que hace la fuerza, del resplandor de los secretos, de la ligereza de perdonar, de respetar el vacío, de aliviar los dolores, de entender la tristeza. Sobre todo, de entender la tristeza de quienes nacen azules y perdidos y no encuentran su lugar en este mundo.

Imagen de portada | Talina/Flickr

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