La memoria es un artefacto puñetero, o como dijo Ray Loriga, el perro más estúpido. Le tiras un palo y te trae cualquier cosa. Un viaje, una mudanza, un viejo post-it, una receta, aquel libro gastado o esa calle que llevabas tiempo sin doblar -con su bar de siempre, la peluquería cerrada o el videoclub convertido en Mercadona- pueden abrir un agujero de gusano y dejar que el pasado salga a borbotones, muertitos y penas incluidas, los habitantes de esa mochila invisible que cada uno lleva a cuestas. El cambio y el duelo son el minutero y el segundero de un reloj que nunca se ve, pero que nunca se para, desde el primer aliento hasta que las flores nos salgan por la cabeza —algo darán de aroma, que cantaría Javier Krahe—.
Antes del salto, valiente debut en la novela de la escritora y periodista Marta San Miguel, publicada por Libros del Asteroide este otoño, hay mucho de eso: de duelo, de cambio, de pérdida y de memoria. De regeneración y de morriña. Su obra es como un diario intimista y cautivador, que en esencia aborda el recuerdo latente de un caballo llamado Quessant, más viejo pero más especial que el resto, cuya fotografía enmarcada se deja sin querer su dueña en casa al trasladarse temporalmente a Lisboa con su familia, pero que en realidad, trata muchas más cosas: de hacerse mayor, de la maternidad, de la enfermedad, de los cabos que nos atan a las ciudades y a los trabajos, de los momentos congelados como chinchetas y de los tapones que intentan cubrir las heridas. Como la humedad que resucita en cualquier casa de una ciudad norteña, la pérdida siempre busca un nuevo lugar por el que brotar y a la protagonista de esta historia le sobreviene en Lisboa, en un año portugués de transición, junto con Marido, Pequeño y Mayor. Lejos de casa.
Es eso también Antes del salto: un libro sobre ser casa y sentirse en casa, sobre los lugares y momentos convertidos en hogar, las certezas líquidas después de la muerte de lo que se ama, la identidad tambaleándose con el cambio de contexto, la huella irreversible de los cambios. Entre andamios, turistas, bacalao y fados, la protagonista recuerda, enlaza y conecta todo lo que ha dejado atrás, la vieja ilusión del salto, la complicidad con su madre, el entendimiento silencioso con su caballo. Rasca en la pérdida, y la memoria le devuelve un regalo.
En una entrevista con la autora, dijo que sabes cuando un animal te acepta al igual que cuando percibes el magnetismo o el enamoramiento de otra persona: como un chasquido. Es una conexión mágica, preverbal e instintiva, como lo era su sueño de niña de montar a caballo, de saltar por el mero placer de volar un segundo por los aires, de ser libre sin costuras. Antes del salto destila una honestidad resplandeciente y una ternura que seguirá trotando por dentro de tu estómago.
Imagen de portada | Jacob Jolibois/Unsplash