La melancolía es para el verano: por qué los relatos de Andre Dubus son un tesoro secreto que no querrás soltar

Por qué leer a Andre Dubus

¿Quieres saber en qué detalles frágiles se tuerce todo? Lee a Andre Dubus. ¿Quieres sentir una melancolía embriagadora? Sírvete un relato de Andre Dubus, fresco como un tinto de verano. ¿Quieres entender la imperfección de la que nadie se libra? Bucea en los relatos de Andre Dubus, como un pescador solitario en las últimas tardes de septiembre, el sol desvaneciéndose y los errores de la vida que pesan, malditos sean.

Andre Dubus tiene algo que nadie más tiene. El estadounidense, aunque murió en el 99, sigue inmortal en sus relatos, que son veranos infinitos y un poco torcidos, postales de vidas agridulces, desencuentros entre lo imaginado y lo vivido, tragos de hombres solitarios y mujeres incomprendidas, o viceversa. Animales domesticados en casas vacías, niños atrapados en adultos envejecidos precozmente, jóvenes eternas que quieren limar los barrotes del matrimonio y escapar campo a través, aves nocturnas que casi siempre echan en falta un viejo golpe de suerte, que se regodean en las decisiones tomadas a destiempo. Se repite el desasosiego de la mediana edad, la soledad, el pulso entre el deseo y el apego, el alcohol como evasión, la infidelidad, el futuro incierto de la juventud y las marcas del tiempo, la ciudad o el paisaje en la personalidad. El sol y el frío cuajan por dentro de la piel, los bocados se sienten y los cigarros se aspiran. Sus historias parecen congeladas en un limbo entre el pasado y el futuro, en un lugar donde la vida ya está gastada o todo puede, todavía, suceder.

Andre Dubus

Para mí abrir cualquiera de sus dos colecciones de relatos, Adulterio y Vuelos separadoseditadas en España por Gallo Nero con esa maestría del formato cuadrado y chiquitito, como un adoquín de la suerte que puedes meter en la mochila- equivale a notar como los pies se despegan del suelo y vuelan hacia otros lugares. Marisquerías en pueblos lejanos, conversaciones a la luz de las brasas, gintonics para calmar la desaz´ón del invierno, agostos que no parecen tener fin, pisos universitarios y sus susurros, niños que se divierten en la nieve, familias y sus abismos insondables, amigos que se mienten, amas de casa con ganas de fugarse a una vida mejor.

Lee a Andre Dubus. Sus relatos tienen ese néctar que solo un puñado de días al año logran retener: ese resplandor dorado entre el verano y el otoño que nos plancha las arrugas del día, recordando que todo, queramos o no, sigue su curso.

PD: Unos fragmentos de regalo.

«Eso decían las mujeres, mi madre y sus amigas, claro que ellas tampoco eran famosas por ir con la verdad por delante, las tardes de verano merendaban Oreos de chocolate y Coca-Cola y hablaban de las pequeñas cosas y decían triunfo y sin triunfos y paso: yo a veces me acercaba a ellas y veía cómo sus almas se elevaban por encima de sus cabezas con el humo de sus cigarrillos».

«En las breves tardes de invierno, Beth Harrison prendía las luces temprano y encendía el fuego en el sal´ón; cuando su hija Peggy regresaba a casa del instituto, se sentaban en un par de sillas frente al fuego, Peggy con un chocolate caliente y Beth con un bourbon con agua que según ella siempre era el segundo pero casi siempre era el tercero. Tenía cuarenta y nueve años. No sabía —o intentaba no saber, pues no había motivos para ello— cuándo exactamente la copa de antes de la cena se había adelantado hasta una hora más temprana de la tarde».

«Todo adulterio es un síntoma, pensó. Observó a Debbie, que hablaba de la novela de Hank; la había leído después de ella. Hank aplicaba a su adulterio el protocolo de un profesional. ¿Quién era aquella chica? ¿Qué hacía? ¿Se acostaba en la residencia de la escuela imaginándose huyendo con Hank? Edith no descubrió nada en sus ojos: era como atisbar por las ventanas de un sótano a oscuras».

Imagen de portada | Cody Hiscox en Unsplash

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