Nadie puede saltar por encima de su sombra
Goethe
Lejos, de Rosa Ribas (Tusquets Editores) trasciende la novela negra para hacer un agujerito por donde mirar como un voyeur en una urbanización apartada, nueva, pero ya desvencijada y a medio llenar, el sueño roto de la especulación inmobiliaria y de las fantasías de la clase media aspiracional. Su historia es un cuento crepuscular y angustioso, una historia de amor en los márgenes de la vida corriente o un relato de terror poblado de fantasmas, de palas y de renacuajos, de parias de una sociedad rota e impostada. Los viejos, los niños, los pobres, los perseguidos. Los salvajes.
Rosa Ribas nos sirve un Campari con pastillas y tiñe el atardecer de rojo cuando el sol se pone. Su atmósfera es un regalo sibilante al oído, como un bosque fantasma, con un gancho que tira. Tiran las voces de los muertos, los secretos que se arrastran, la soledad de una casa demasiado grande. Sus ruinas, las farolas que se comen los mosquitos, las mentiras con las patas cortas, la rabia de un verano que se acaba te agarrarán fuerte la muñeca.
Hay de todo: atracción y repulsión, terror a la persecución, vecinos que no son lo que parecen, amistades extrañas pero salvadoras, una mujer valiente, pulsiones, hambre, carroña, verbena y grillos. Una sociedad en miniatura en un espejismo-pesadilla del ladrillo español, un vecindario donde tras la fachada acecha la miseria: okupas y racismo, códigos de buena conducta y persecución a los disidentes. En pocas pinceladas, sentimos el agobio. El agobio, el agobio, el agobio. Las ganas de escapar, o de esconderse. El tiempo que queda para ser otros en otra parte. El oído afinado para escuchar a los espíritus. Y la certeza de que todavía lejos, nuestras propias pisadas siempre saben dónde encontrarnos.
Imagen de portada | David Yerga/Flickr