O todos se sienten así un poco, y simplemente no están hablando de eso, o estoy completamente sola.
Fleabag
Trabajos que no nos gustan, aburridos como un chicle que ha estado demasiado tiempo en la boca o como la eternidad misma. Pisos angostos y sucios que se meriendan el sueldo cada mes como una insaciable máquina tragaperras. Familia lejos, amor ausente, cuenta bancaria anoréxica, amigos deslabazados, escasez de dopamina. Pocos libros en los últimos tiempos han descrito el (nuestro) mal generacional tan bien como la aguda, y por qué no, divertida pese al desaliento, Interior Cero de Lavinia Braniște. Publicada por Automática Editorial, la sensación de las letras rumanas enamora a miles de ojos en otros países porque el bicho del que habla no vive solo en Bucarest, sino que carcome el planeta entero: el tardocapitalismo, ese monstruito asqueroso que se merienda a los jóvenes como palomitas de maíz, les exprime la esperanza por un agujerito y los escupe arrugados, quemados y cansados, esperando el siguiente terremoto como un edificio con punto rojo en la desvencijada Bucarest, la ciudad donde tiene lugar esta historia.
Su protagonista es Cristina, una joven de treinta años que podría ser yo, que podrías ser tú. La anestesia de los días se apodera de ella mientras trabaja como secretaria en una constructora de Bucarest, donde sus compañeros la toman por el pito del sereno y donde soporta las jornadas bajo el yugo de una jefa autoritaria. Por si el tedio fuera poco, su madre -un sol de mujer-, vive en España, a miles de kilómetros. Su novio, también en una relación a distancia, aparece y desaparece como el Guadiana. Y mientras, visita pisos con atmósferas agotadoras, busca la paz mental sorbiendo cerveza en alguna discoteca y echa de menos los olores de la infancia en la casa de su abuela. Flota todo el rato en el ambiente el cansancio de existir entre la espada y la pared, de no sentir suelo firme bajo los pies, de ser una mujer precaria y deshumanizada en un mundo rápido y sencillamente agotador.
«Ojalá pudiera vivir en la eterna oscuridad del fondo del océano como una de esas terribles criaturas burladas por la evolución para no tener que escuchar las opiniones de nadie». Cristina me cae genial. Su mirada cínica y descreída sobre el mundo, su pensamiento afilado tienen algo que me recuerda a nuestra retranca. ¿Para qué la vida, con tanta miseria alrededor? Si ella solo quiere olvidarse un segundo del maldito alquiler, de la maldita fotocopiadora, de las malditas facturas. Cristina está hasta el coño, y esta sensación de náusea que sube por la garganta de la generación millennial llega mucho más allá de Rumanía. Se come a Europa y sus ciudades gentrificadas, surcadas de repartidores de delivery con las piernas cansadas y de caseros avariciosos que siempre ganan al Monopoly.
Subrayé muchas frases de Interior Cero, pero me quedo con esta:
«Otilia está convencida de que en unos años seremos inmunes a la mortadela y ya no nos dará cáncer.
-Lo que provoca cáncer no es la mortadela, sino toda esta tristeza que arrastramos».
Imagen | Sebastian Herrmann/Unsplash