«Por las cosas que siento y por aquellas que odio sentir;
por mi mala cabeza;
porque mi calavera, ella, no dejará de reír;
por las lunas nuevas;
por las cosas revueltas que dan vueltas dentro de mí»Nacho Vegas
No, mamá, no de Verity Bargate es una pequeña bomba empaquetada en una novela corta, un bolígrafo convertido en cuchillo y uno de los secretos mejor guardados en el interesantísimo catálogo de la colección Rara Avis de Alba Editorial, que como bien anticipa su título, está´ destinada a rescatar joyas perdidas e historias que serpentean la norma.
Cuando vi que un crítico la calificó de «novelita estremecedora», la conjunción de ambos términos me llevó a abrir el estómago y comenzar a despedazar las vísceras de su historia, un cuento terrible, trágico y espeluznante sobre la claustrofobia de la maternidad, la depresión postparto y el desdén y la incomunicación de un matrimonio parecido a una guerra fría surcada de agujas.
Escrita con una voz afilada, No, mamá, no esconde una ciudad sorda, sexo sin ganas, bebés que no despiertan ni la más mínima punzada de sentimientos. Jodie quería una niña y en lugar de ver su deseo satisfecho, se topa con un segundo hijo varón. Su absoluta indiferencia al pequeño propicia que médicos y marido le recomienden pasar por psiquiatría. Mientras su vida cae en picado al pozo de la apatía y su hogar se transforma en un lugar tenebroso y poco amigable para ser ella misma, la llamada de una vieja amiga le devolverá la esperanza, y girará un engranaje en sus entrañas.
Verity Bargate tiñe su artefacto de misterio y cabalga sobre una calma chicha espeluznante para hablar de los recovecos más monstruosos de la vida cotidiana de una mujer atrapada, de la asfixia de los mandatos de género, de los deseos ahogados, de la pena más honda, de la juventud irresoluta. Del tren como símbolo hacia la escapatoria, de las vidas posibles, de la fragilidad de la mente resquebrajándose, del pasado como herida que supura y pide un tijeretazo. Jodie se debate entre el desapego y las emociones resucitadas, entre la posibilidad de empezar de nuevo y el terror a los lazos que la atan a una existencia controlada por otros.
La autora tampoco tuvo una vida fácil, algo que se vierte en la dureza de su novela: su infancia transcurrió en varios internados, empezó a escribir al mismo tiempo que se le diagnosticó un cáncer y tenía miedo de morir, como su madre a los 40 años, profecía que se cumplió. También estaba angustiada por haber nacido un 6 de agosto, el mismo día del bombardeo de Hiroshima. Su novela es rompedora, anticipada a su tiempo, oscura como un licor añejo y directa a la yugular como un dardo.
Imagen de portada | YIFEI CHEN on Unsplash