Los años que no de Lidia Caro Leal, publicado por la editorial Barret, aterrizó en mis manos con su portada de bar revuelto, la punzada de asfixia que provocan las primeras líneas de su relato en crudo y sobre todo, una llamarada de mechero clipper quemándome cosas por dentro. Esta novela autobiográfica, conjunto de textos vitales o torbellino de recuerdos es un cántico a la rabia y a la supervivencia, aguja e hilo para el trauma, también una celebración del placer y de la cerveza, del humor y el tiempo como bálsamos para atenuar el dolor.
Los años que no es muchísimo más que el relato de una violación y sus tentáculos, de la tristeza posterior o el desarraigo en otro país al otro lado del charco. Es un mapa del tesoro hacia la búsqueda constante por descifrarse a una misma, un rompecabezas de como el cuerpo busca cobijos, columpios y linternas para matar la pena, o al menos, acallarla. De Valencia a California, de paisajes remotos a la habitación de la casa de sus padres, esta historia basada en hechos reales viene de la memoria y de las tripas, narra el calvario, la supervivencia y el retorno a la herida sin tapujos, derribando un tabú pesado, molesto como el hollín y más radiactivo que Chernóbil. Ese que hace callar a las víctimas de violencia sexual o las reduce a un estereotipo desdibujado, a un número en un juzgado, a un párrafo en las noticias.
Sus líneas vienen a veces cargadas de congoja, de distancia, de apatía y de cabreo. También de cinismo salvador, de ternura, de deseo y de un particular fuego: el de haber regresado de un lugar oscuro, de un punto ciego en el mapa, de un pozo rodeado de silencio.
Estás ante una obra que no encaja en ningún molde y vuela libre hacia tejados, parabólicas y chimeneas poco transitados en nuestra literatura. Gracias Lidia por la infinita valentía, la sinceridad aplastante del lenguaje como un chorro de lava, por compartir una mochila llena de piedras, por atravesar un purgatorio y ponerle palabras, por hablar de sexo y de resurrección y de lástima y de clavos y de escuchar atenta lo que te dice la boca del estómago, por hablar de relaciones de pareja que son como placas tectónicas, y de como la precariedad nos come el alma, y de como el sistema deshumaniza, y de como el tiempo sana. Gracias por recuperar el aire y soltarlo en estas páginas.