La normalidad y sus tentáculos | No era esto a lo que veníamos de María Bastarós

La normalidad y sus tentáculos | No era esto a lo que veníamos de María Bastarós

Farewell the ashtray girl
Forbidden snowflake
Beware this troubled world
Watch out for earthquakes
Goodbye to open sores
To broken semaphore
You know we miss her
We miss her picture

Placebo

No era esto a lo que veníamos, la colección de relatos de María Bastarós publicada por Candaya este noviembre, llega para calentar el invierno, apretar la herida de la normalidad y dejar que lo absurdo del mundo supure entre tus sábanas. Como en un cuarto de revelado, los negativos de la realidad exponen lo terrorífico de todas esas cajitas en las que nacemos encorsetadas: familia-trabajo-universidad-maternidad-infancia-matrimonio-capitalismo-sexo. María las convierte en camas de faquir, flanes de arenas movedizas o ataúdes de los que salir corriendo antes de que sea demasiado tarde.

Después de la originalísima Historia de España contada a las niñas, estas historias llegan como agua de mayo. Se cuentan a puñados las cosas que me gustan de esta colección: sin duda una de las más características son los espacios, puntos ciegos donde la belleza es abyecta y puede pasar cualquier cosa, polígonos, gasolineras, chozas de uralita y desiertos ardientes y gélidos con vocación de tumba o de rave. Naves industriales, urbanizaciones clónicas y pueblos remotos y nevados, renglones torcidos de la geografía que se antojan crepusculares, alejados de la compasión divina, arrugas perfectas en el mapa para que algo se quiebre, prenda o estalle.

En estos cuentos, macabros, impredecibles y también manchados de ternura, María desparrama algunos capilares sanguíneos que se tocan unos con otros. Nos sorprendemos yendo hacia atrás y comprobando coordenadas, sopesando el futuro o la mala fortuna de sus protagonistas, salvadas por rituales, habitadas por un deseo que crece en su interior o encaminadas al desastre.

No era esto a lo que veníamos

Otro rasgo muy especial es el deseo como el motor de los relatos. Deseos que rugen como motos trucadas y brillan como fuegos fatuos al borde de la carretera. No puedes hacerte la loca y seguir tu camino desoyéndolos. Por eso, soplar unas velas, ahorrar unos euros, soñar con una catedral en llamas, ver un eclipse, ser admitida en una pandilla, hacer la muerte reversible o salvar un grillo no son solo eso. Aunque rara vez se topen de bruces con lo que realmente desean, de ellos aflora una verdad muy interesante: somos más lo que deseamos que lo que queremos ser, nos define más lo que deseamos que lo que los demás ven de nosotros mismos.

Sálvese quién pueda: la lucha por sobrevivir en este siglo raro también cuelga por estas historias, donde los instintos son demonios líquidos con sus propios impulsos, y que casi siempre consiguen trepar hasta salir del cuerpo. También hay animales en las personas y espíritus en los animales, maldad en los niños, fuego debajo del abdomen de chicas que quieren escapar y la fragilidad de una porcelana china dentro del pecho de hombres rudos y solos, más solos que la una. Los objetos tienen una extraña vida propia que despierta la verdadera naturaleza de quien los posee: un sándwich, una escopeta, unas huevas de trucha. Y las obsesiones ocupan el lugar que les corresponde: al fondo del cerebro, en un edificio cuya luz nunca se apaga.

Me gusta que en los relatos de María Bastarós la normalidad esté llena de espinas y se atragante en las gargantas de los personajes. De sus arcadas nacen historias aparentemente cotidianas por donde se revuelca lo sobrenatural, lo esperpéntico, una violencia de la que no se puede hablar en voz alta, los secretos que sonrojarían a un padre, que harían vomitar a una madre, que harían desheredar a un hijo. Hay una atracción imantada hacia lo desconocido, un poco del absurdo ácido de A. M Holmes, una pizca de la supervivencia salvaje de Ann Pancake, una mirada tenebrosa sobre la infancia, un canto a esos parajes industriales tan feos como asombrosos, y una duda eterna susurrándote al oído qué es lo que pasaría si… No vas a acertar el devenir de ningún relato, y en eso está lo bueno.

Me encanta que la inocencia aparezca y reaparezca como el Guadiana, que los más pequeños sean capaces de los actos más temibles (alguien dijo que la perversión más terrible pasa por la inocencia más absoluta) y que casi siempre, el atajo más corto para escapar o ser aceptado se parezca más a amputarse algo que a acumular méritos para la liberación o la felicidad.

Puestos a elegir, me quedo con Las chicas no, Notre-Dame reducida a cenizas, Instrucciones para salvar a un grillo y Los que mantienen el fuego. No era esto a lo que veníamos podría ser un buen epitafio, y también un talismán para tu mesita de noche. Tu habitación se llenará de osos, ciervos y deseos oscuros con las patas muy largas que podrían acabarse cumpliendo.

Imagen de portada | Ramón Peco/Flickr

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *