¿Qué llevas en las bolsas, Anne?
Los pecados del mundo, dice ella, y mete de golpe la colilla en esta o aquella bolsa.
Caray, esa es una buena carga
La poda, Laura Beatty
Hubo una vez un bosque, y una chica de quince años que encontró su hogar en sus entrañas verdes, tan acogedoras como inhóspitas. Alguien que aprendió a sentir el latido de las estaciones, los perfectos engranajes de las bacterias y los hongos, el lenguaje mágico de los pájaros, la vida abriéndose siempre paso, un día más. La poda -primera novela de Laura Beatty, publicada en 2008 y rescatada en España este verano por la editorial Impedimenta– tiene todos los ingredientes que hacen de esta obra un libro especial. Trece años después de su publicación, merecedora del Author´s Club Best First Novel, sus líneas tienen algo de profético y de turbador: habla de una fuerza telúrica que nos llama, de las plantas que resisten, de la devastación forestal, de cómo el ser humano es tan ridículo de querer expropiar un bosque, de sentirse dueño de las raíces, de llevarse la sangre de los animales salvajes a escondidas. Hay violencia y hay esperanza y hay revelación y hay un dolor infinito y luminoso en nuestra tendencia a destrozarlo todo y que la naturaleza lo repare de nuevo. Como dijo Keats, la poesía de la tierra nunca ha muerto.
La novela, inspirada en Salcey Forest, uno de los pocos bosques medievales que quedan en Inglaterra, nos pone frente a una protagonista que huye de su familia disfuncional y haya cobijo entre los árboles, convirtiéndose en vagabunda y superviviente. Construye un refugio con sus propias manos, aprende a cazar y a ordeñar, a esconderse y a beber, a hacer amistades en el vertedero, a mirar las estrellas y hacer acopio de víveres para el gélido invierno, a escuchar a los ciervos y a los zorros, a discernir cada sonido y convertirse en un animal más del bosque. ¿Quién tiene derechos sobre la propia naturaleza? ¿Hacia qué suicidio colectivo nos encaminamos comiéndole terreno a nuestra propia casa, la tierra que es de todos? ¿Quién será el último en cerrar la puerta de un mundo en llamas, donde hasta las flores brotan tras un desastre nuclear? ¿Qué será de Anne, que no entiende la sociedad pero sí los compases de las estaciones, el reloj bajo las raíces?
La poda enseña de forma hipnótica y salvaje todo lo que parecemos haber olvidado. Chupa de su savia, apaga el mundo exterior con sus luces y sus latas de plástico y su ruido ensordecedor y su contaminación perpetua y siéntate a escuchar la historia de Anne y de su bosque: conserva secretos del principio de los tiempos y seguro que alguna tímida hoja volverá a brotar incansable cuando todos nos hayamos ido. Al fin y al cabo, su preocupación es la vida y no el individuo. Tan solo somos testigos, testigos, testigos.
Imagen de portada | Luis Del Río Camacho en Unsplash