Aute reivindicaba ese «espejismo de intentar ser uno mismo», aunque cabe preguntarse qué cicatrices, máscaras y luces ven de nosotros los demás, y cuál de nuestras muñecas rusas enseñamos al mundo. En Yo, mentira, punzante y honestísima novela de Silvia Hidalgo, la personalidad de una mujer joven de mediana edad se descompone en cristales poliédricos y en espejos rotos, mostrando las aristas de la maternidad, las tiranteces que sacuden su matrimonio con un escritor, la jaula de un trabajo aséptico o la liberación que ofrecen el trago y el roce humano.
Publicada de forma exquisita por la editorial Tránsito, cuyas portadas de colores furiosos parecen peldaños de una escalera hacia los universos de la mente de sus creadoras, las garras de sus líneas poco dejan sin arañar: juventud y madurez, deseo y desengaño, placer y dolor, soledad y conexión, mentiras y verdades que flotan como medusas fosforitas en la mente. Su primera persona te hará reír y llorar, te sacará las espinas del corazón como si en vez de un órgano fuese un pescado.
Yo, mentira es una novela tocada por la gracia del suero de la verdad, la sinceridad de un cadáver abierto en la mesa de autopsias, el cinismo contagioso de quienes esconden historias bajo el violeta de las ojeras. Su protagonista encarna un buen puñado de problemas contemporáneos: a camino entre el tedio y la autodestrucción, busca recuperar una autenticidad perdida hace muchos años, cuando trabajaba como cajera en un supermercado, no tenía compromisos y la vida era una carretera con múltiples bifurcaciones.
Maravillosamente escrita, hilarante, triste, sarcástica y aguda, Yo, mentira es una novela sobre la duda perpetua que acecha sobre la propia identidad, las trampas del desencanto adulto, el juego de ser otra unos instantes. La posibilidad infinita de volver a empezar de nuevo, las promesas que palpitan bajo el abdomen, los secretos que no se le dicen a nadie y se quedan al fondo de la copa, como ratones bailando en el desván.
Lee a Silvia Hidalgo. Te recordará que crecer es una trampa, y duele, y resquebraja, sin que se te olvide que la infinita búsqueda todavía merece la pena.
Imagen de portada | Cuadro de Edward Hopper