Secretos que engulle la niebla | Reseña de Infamia de Ledicia Costas

Reseña de Infamia de Ledicia Costas

Cargado de ausencias, de sabios y grillos,
el hombre se estrella en la hueca noche
con el olfato averiado y la brisa fumando su fiebre.

Félix Francisco Casanova

Como una extraña sinestesia, cuando empecé a leer Infamia, la nueva -y deliciosa- novela de Ledicia Costas publicada por Edicións Xerais, se me vino a la cabeza la musiquilla taciturna de Seronda, una de mis canciones favoritas de Nacho Vegas. Un ulular melancólico y revestido de lluvia, un recordatorio de que tras la bruma acechan todas las pulsiones y recuerdos que creímos sumergidos en el barro. Un aviso de que los secretos resisten mal los labios cosidos y las paladas de tierra. Todo vuelve, como los eclipses, el deseo, la muerte y la violencia. Como el polvo del que venimos y al que volveremos. No es sencillo el viaje.

Infamia no es un thriller psicológico al uso, aunque cuente con la dosis ideal de todos los ingredientes necesarios para que la intriga se convierta en mono y que devoremos una página tras otra con avidez. Es también una novela sobre el peso del pasado, la redención y las cosas mal enterradas. Un retrato coral de cicatrices, un canto al perdón. Un montón de poros que, como sus personajes, chorrean más oscuridad que luz. Esta historia comienza con la llegada de Emma a Merlo, un pueblo tragado por la niebla y donde dos décadas atrás, las hermanas Giraud se esfumaron sin dejar rastro ni cuerpos a los que velar, oscureciendo el ceño de sus habitantes para siempre. Emma, mujer aguda y vehemente donde las haya, llega para impartir clase de Derecho Penal en la universidad, pero también arrastra cicatrices que supuran, duelos sin cerrar y amores que escuecen.

Merlo parece un sitio tranquilo, pero en todos los hogares se cuecen habas. Policías mal encarados, madres con angustia perpetua en el estómago, hombres que no pueden dormir, poemas como bálsamos, amantes que se citan en viejas pensiones, cortes en los muslos, animales inseparables que curan, pájaros de papel, padres erráticos, rincones sagrados manchados de miseria, y una culpa que todo lo impregna y que nunca sale de los huesos, como la niebla. Infamia -que ojalá nos regale el gusto de una segunda parte- nos pone de frente la supervivencia, el desgarro y la compasión, el odio y la tristeza. Los caminos precisos para seguir adelante y las manchas que nunca se borran de la memoria.

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