No es ninguna exageración afirmar que Partir, novela acuñada por una Lucía Baskaran (1988) de prosa tan clarividente como deslenguada y con una contundencia sobrecogedora, puede ser calificada como novela generacional. La historia de Victoria recoge tus añicos, los míos, los de ella, y con palabras que convierten la autoficción en carne, sangre y latidos, accedemos a una historia que nos habla de crecer, de la pérdida, de la remontada y el fracaso. Del miedo, los pedazos y el sexo. De lo que significa ser mujer, joven, estudiante, alma perdida, cuerpo deseado y deseante en una sociedad que aprieta y a veces, casi ahoga.
En esta hermosa edición que ha visto la luz con la editorial Expediciones Polares, cuyos ejemplares relucen gracias a un diseño mimado y detallista, conocemos a esa Victoria como mar de contradicciones y cúmulo de experiencias a través de capítulos que alternan dos momentos vitales distintos: la llegada a un Madrid inmenso y radiante con 17 años para estudiar interpretación y los 24 atravesados por el desengaño emocional y un enjambre de experiencias dolorosas.
En primera persona, la compleja protagonista de este relato tira del nudo de sus recuerdos y ambiciones, nos contagia sus inquietudes y también nos pone en el pecho esa pelota que en ocasiones crece y no permite respirar. Con humor, con tristeza y con brutal honestidad, Lucía Baskaran pone voz a la dolorosa aventura de crecer, de sobreponerse a la culpa, de buscarse a uno mismo en esas ciudades, París o Madrid, que a veces son alas y a veces son jaula.
No hay fórmula mágica para hacerse mayor
De Partir no se desprende, -y menos mal-, moraleja alguna, pero sus poros respiran algo mucho más importante: aprendizaje, autosalvación, heridas que lamidas por el tiempo pueden convertirse en cicatrices de dolor más suave. Con Victoria nos zambullimos en el eléctrico ambiente universitario, las calles que son de uno en la juventud más salvaje, vivimos las primeras andanzas sexuales y nos cuestionamos las consecuencias de nuestras propias decisiones. Como un Ave Fénix de papel, esta novela nos recuerda aquello de que lo que no se nombra no existe.
Partir está escrito desde las vísceras, y cualquier lector ávido puede notarlo desde las primeras líneas. Un relato que brota de los ojos, de la memoria, del corazón y de la entrepierna. Una prosa capaz de distanciarse con cinismo y socarronería del dolor propio, porque sabe que el humor cura y resucita, el orgasmo redime y la vida sigue. Y hay que levantarse, y bailar, y conquistar las calles y apuñalar al miedo y morir de risa. Y tras el crac, volver a empezar de nuevo.
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