Si conoces al polémico Larry Clark (1943), seguramente sea porque hayas visto su famosa ópera prima Kids (1995), un retrato vivo de los púberes neoyorquinos en la era del punk, las drogas y el sida o alguna otra de sus controvertidas obras cinematográficas, entre las que destacan Ken Park -cuya serie fotográfica homóloga está prohibida en EE.UU por contener una escena de asfixia autoerótica- o Bully, basada en los hechos reales de la planificación de un asesinato adolescentes. Tal vez hayas visto en su reciente The smell of us cómo una banda de skaters hedonistas e indolentes ofrecen su carne joven por webcam a la tercera clase pudiente parisina. Pero, ¿conoces su maravilloso trabajo fotográfico? Su arte visceral cámara en mano precede a su obra como cineasta y por eso, este domingo queremos dedicarle nuestro Fotoadicta de la semana.
Larry Clark pertenece a esa clase de artistas cuya esencia brota de una parte animal y rabiosa de las entrañas, del poso de las experiencias vividas, especialmente de las malas. «Nací en Tulsa, Oklahoma, en 1943. Cuando tenía 16 años empecé a chutarme anfetaminas. Me chuté con mis amigos cada día durante tres años. Luego me fui de la ciudad, pero he regresado de vez en cuando. Una vez que inyectas la aguja, nunca la puedes extraer». Esta es la cruda nota biográfica, escrita sobre un panel tan blanco, que usa como escueta presentación en sus exposiciones. Y es que este referente de la fotografía americana tiene casi los mismas colecciones de instantáneas publicadas en formato libro que de películas. Las más destacadas son sus dos primeras obras, muy anteriores a su legado en el séptimo arte, y tituladas Tulsa (1971) y Teenage Lust (1982), las cuáles han inspirado a directores de la talla de Martin Scorsese o Gus Van Sant.
La fotografía de Larry Clark es inquieta, ávida, íntima, casi voyeurista. Como la vida misma, retrata desde dentro a todos aquellos adolescentes de décadas pasadas enganchados a las drogas, ansiosos por romper con el sistema, adictos al sexo casual. Urbanos, perdidos, lujuriosos y admiradores de las armas, de las tablas de skate o de la pornografía. Tristes, eufóricos y promiscuos. Como superviviente del inframundo que mostraba, Larry se convirtió en cronista -junto a coetáneos como Nan Goldin o Richard Billingham-, y su mirada de aquellos tiempos es la misma que la de los jóvenes al otro lado de la cámara, ansiosos de un orgasmo, de un pinchazo, de una escapatoria. Ninguna de las fotos tuvo preparación previa y los jóvenes que protagonizan sus instantáneas eran su propia pandilla de amigos. Si en Tulsa la colección muestra fotografías de su convulsa adolescencia, retratada por la adicción a las drogas, el dolor y las pérdidas, en Teenage Lust, la serie está focalizada en la prostitución masculina de menores de edad, caracterizada por una crudeza explícita y que causó una inmensa conmoción desde su fecha de publicación hasta nuestros días, especialmente porque sus protagonistas eran muchachos blancos, anglosajones y protestantes de clase media alta. Podemos encontrar entre sus capturas elementos como sogas o revólveres, sin duda simbólicos de la violencia vivida. Sus encuadres cercanos, en ocasiones descentrados, y los ambientes domésticos sirvieron para encumbrar el documento personal como género fotográfico.
Si te sumerges en la fotografía de Larry Clark y su mirada libre, tan naturalista que duele, podrás nadar en el reverso del sueño teenager americano, el de la violencia, el sexo desenfrenado con desconocidos, el del sida y el nihilismo, el de la anfetamina en las venas, el del miedo que llega a destiempo. La realidad que desbordó a muchos de sus retratados sigue desbordando hoy sus fotografías.