Porque el ideal de mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio, buen ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos, a parte del hecho de que parece romperse la crisma por poca cosa, nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible incluso que no exista».
Teoría King Kong, Virgine Despentes
¿Te has preguntado alguna vez en qué medida determinan tu vida las convenciones culturales asociadas al aparato que tienes entre las piernas? ¿Tu abuela te sigue diciendo que las cosas te irían mejor si fueses una «buena chica»? ¿Has sentido culpa, desprecio o exclusión social por no ser lo suficientemente deseable, guapa, coqueta, rabiosamente femenina? ¿Te has sentido avergonzada en alguna ocasión por tus fantasías sexuales, por masturbarte o por sentirte una persona compleja y alejada del rígido binomio puta-santa-véase madre/esposa/chicacelosadepreservarsuvirginidad? Tal vez necesites meterte entre ceja y ceja la Teoría King Kong, un ensayo firmado por Virgine Despentes en 2006, libre de ataduras formales y que va mucho más allá de su propio formato. Como una postilla que quieres seguir arrancando, como todos los lastres y límites que te gustaría tirar por la cisterna. Como una dulce venganza.
Recién estrenado el 2016, los escritos de Virgine Despentes (1969), diva destroy de las letras francesas, ex vendedora de discos, ocasional trabajadora en peep-shows, ex prostituta y cineasta deberían ser lectura obligada para muchas almas ávidas de abrir su mente, repensar la transformación de los viejos modelos de género y sobre todo, escuchar en primera persona un relato mordaz, un prosa arrolladora y deslenguada a partes iguales que desmenuza temas tan interesantes como el deseo, los roles tradicionales, las relaciones de poder y la voluntad de las mujeres en torno a su cuerpo, su maternidad o el desarrollo libre de su sexualidad. La verdad contada desde dentro con pelos y señales, sin tapujos, sin autocompasión ni vergüenza, ni barroquismo. La exterminación definitiva de tabúes tan sangrantes como la violación, la pornografía o el trabajo sexual.
Virgine habla de todos los temas que le interesan -y que nos deberían interesar- con fluidez y verborrea punk, desmigando en diversos episodios sus vivencias y reflexiones, cuya claridad, ironía y sordidez resultan tan sinceras como valientes, repensando muchos conceptos que en la actualidad siguen, socialmente, en las antípodas de la lógica y la libertad. Al escuchar sus palabras, sus ideas hiladas, las referencias que hace a bastiones fundamentales del feminismo junto a sus recuerdos, de rabiosa nitidez, no podemos menos que sentirnos renovadas, furiosas pero peleonas, arrojadas al cambio, más en desacuerdo que nunca contra los imperativos absurdos, las exigencias adquiridas, las varas de medir injustas. Leer a Virgine parece casi estar frente a ella con un café caliente y un cigarro en un bar de luces ténues, descubriendo que un mundo tan jodido empieza por cambiarse en la actitud y en la mente, también en el deseo y en el cuerpo. En la disidencia. En esta obra la propia autora se define como fruto de la mujer liberada por la Revolución sexual de los 70, plasmando su empoderamiento y su independencia tras diferentes capítulos de su vida, desde haber sido violada a ser trabajadora sexual. Con mordacidad, naturalidad y una pluma tocada por la gracia, pocos títeres quedan con cabeza tras chocar contra la tinta de la francesa. La explotación capitalista del trabajo, la deshumanización laboral, la hipocresía, la educación o la estigmatización de la violación. Por mostrarte unos pequeños ejemplos:
«La moral que se protege es aquella que vela porque los dirigentes sean los únicos que tienen la experiencia de una sexualidad lúdica. El pueblo tiene que estarse quieto, sin duda demasiada lujuria podría interferir en su rendimiento en el trabajo. No es la pornografía lo que molesta a las élites, sino su democratización».
«Los hombres denuncian con virulencia las injusticias sociales o raciales, pero se muestran indulgentes y comprensivos cuando se trata de la dominación machista. Son muchos los que pretenden explicar que el combate feminista es secundario, como si fuera un deporte de ricos, sin pertinencia ni urgencia. Hace falta ser idiota, o asquerosamente deshonesto, para pensar que una forma de opresión es insoportable y juzgar que la otra está llena de poesía».
«Porque la virilidad tradicional es una maquinaria tan mutiladora como lo es la asignación a la feminidad. ¿Qué es lo que exige ser un hombre, un hombre de verdad? Reprimir sus emociones. Acallar su sensibilidad. Avergonzarse de su delicadeza, de su vulnerabilidad. Abandonar la infancia brutal y definitivamente: los hombres-niños no están de moda. Estar angustiado por el tamaño de la polla. Saber hacer gozar sexualmente a una mujer sin que ella sepa o quiera indicarle cómo. No mostrar la debilidad. Amordazar la sensualidad. Vestirse con colores discretos, llevar siempre los mismos zapatos de patán, no jugar con el pelo, no llevar muchas joyas y nada de maquillaje. Tener que dar el primer paso, siempre. No tener ninguna cultura sexual para mejorar sus orgasmos. No saber pedir ayuda. Tener que ser valiente, incluso si no se tienen ganas. Valorar la fuerza sea cual sea su carácter. Mostrar la agresividad. Tener un acceso restringido a la paternidad. Tener éxito socialmente para poder pagarse las mejores mujeres. Tener miedo de su homosexualidad porque un hombre, uno de verdad, no debe ser penetrado. No jugar a las muñecas cuando se es pequeño, contentarse con los coches y las pistolas de plástico aunque sean feas. No cuidar demasiado su cuerpo. Someterse a la brutalidad de los otros hombres sin quejarse. Saber defenderse incluso si se es tierno. Privarse de su feminidad, del mismo modo que las mujeres se privan de su virilidad, no en función de las necesidades de una situación o de un carácter sino en función de lo que exige el cuerpo colectivo. De tal modo que las mujeres ofrezcan siempre los niños a la guerra y los hombres acepten ir a dejarse matar para salvaguardar los intereses de tres o cuatro cretinos de miras cortas».
«Es evidente que muchos hombres heterosexuales se empalman pensando en ser penetrados por otros hombres, o ser humillados, sodomizados por una mujer, del mismo modo que es evidente que muchas mujeres se excitan con la idea de ser violentadas, de participar en un gang bang o de ser folladas por otra mujer. El porno también nos puede molestar porque revela que somos inexcitables mientras que nos imaginamos a nosotros mismos como calentones insaciables. Aquello que nos excita o que no nos excita proviene de zonas incontrolables, oscuras y pocas veces en acuerdo con lo que deseamos conscientemente. He aquí el interés de este género cinematográfico, si nos gusta soltar amarras y perder la razón, he aquí también el peligro de este tipo de cine, precisamente si tenemos miedo de no poder controlarlo todo».
«Liberan a una rehén. Ella declara en la radio: «Por fin he podido depilarme,
perfumarme, recuperar mi feminidad.» Al menos ése es el fragmento que han decidido
seleccionar. Ella no quiere caminar por la ciudad, ver a sus amigos o leer el periódico. ¿Lo
que quiere es depilarse? Es su derecho inalienable. Pero que no me pidan que me parezca
normal».
La prosa de Virgine Despentes es un avión de papel en llamas contra los dictados del patriarcado, un squirting en la cara del capitalismo salvaje, un imán delicioso para toda persona que prefiera escuchar la cara-B de la cinta de su vida, pensar con su propio cerebro, sentir bajo sus propias reglas. Para las que piensan que normal sólo es un programa de la lavadora, para las que creen que existen tantos tipos de familias como colores en el mundo. Para las que aman conocer a fondo sus cuerpos, para las que no se avergüenzan de sus deseos recónditos, para las que están convencidas de querer ocupar su lugar en el mundo. Por todas ellas, muchas gracias, Miss Despentes.