La vida comprimida en una cocina de Ohio | Reseña de Patos, Newburyport de Lucy Ellman

Patos Newburyport

¿Hay algo más parecido a entender el caos de la vida que Patos, Newburyport?

El hecho de enfrentarte a un libro de 1.200 páginas impone, un solo párrafo, toda una existencia llena de baches, la angustia cósmica metida en un rollo de canela, la mente de un ama de casa de Ohio desparramada por las costuras, torbellino de recuerdos de infancia, enfermedad y nostalgia, morriña de madre, avalancha de titulares, recetas y canciones, hijos, tías, hermanas, tarados, preparacionistas, jefes, amigas, pienso para gallinas, la memoria haciendo trompos, el tiempo abriéndose paso y convirtiéndolo todo en masa efervescente, en polvo de estrellas. En medio, una leona salvaje de montaña y sus cachorros, tierra acorralada por el hombre, planeta en llamas, humanos con el alma lobotomizada. La naturaleza contra la devastación.

Patos, Newburyport no se parece a nada que haya leído antes, ni creo que se vaya a parecer a nada que lea de aquí en adelante. Pocas veces te metes así en el pellejo de un personaje y palpas su pasado y sus inquietudes, como si estuvieses delante de una vieja conocida, de una nueva amiga, de alguien del que no te vas a despedir nunca del todo. Al principio esta novela impresiona, exige concentración de alquimista y pulmón de atleta de fondo, y luego recompensa, envuelve, toca la fibra como solamente lo hacen las experiencias transformadoras.

Todo el siglo XXI está empaquetado en esta novela, con todas las neurosis, los monstruos, las pulsiones y los arrebatos que carcomen a la humanidad y que se asoman en el pensamiento inquieto y atribulado de una madre de cuarenta y tantos que cocina tartas por encargo, y que teme al olvido, y se rebusca mientras traga noticias por un tubo, repasa estribillos, escudriña esa América bipolar y sangrienta, extraña a sus muertos, ama a sus hijos, desentierra traumas, amasa las penas y le da vueltas a todo eso que gira a su alrededor, como partículas de polvo invisible iluminadas por la mente: las locuras de Trump, las masacres en los institutos, los viejos trabajos, la maldad institucional, el cambio climático, los contaminantes químicos eternos, millones de pollitos triturados en granjas, la presión de las redes, las cosas que no dijimos, que no hicimos, que no cambiamos, temblando como pinzas en un tendedero. El ayer y el mañana: dos vórtices en los hombros, como el ángel y el demonio.

Lucy Ellman (y con su edición en España, Automática Editorial) nos hacen un regalo singular con esta novela, que a su vez contiene mil vidas, infinitas pistas, ternura y pesimismo y timidez y maneras particularísimas de querer, echar de menos y sobrevivir. Patos, Newburyport nos enfrente de un espejo: el del mundo en sí mismo, `para tratar de comprenderlo, de poner orden en lo caótico, de asomarse a los seres queridos y las distancias insalvables, de tocar en braille las cicatrices de la depresión, de aferrarse a los lugares, de añorar fuerte, de salir adelante. El libro te lleva solo: te caerás dentro de él, como pasa con los cuadros de Hopper, o con una banda sonora que se te quedó de niña grabada en el cerebro, atrapada en una membrana del inconsciente.

El resultado de este buen puñado de páginas es un viaje vertiginoso, una epifanía, un Aleph contemporáneo triste, divertido y sumamente vitalista, un c´óctel de melodías, diálogos, fragmentos y anotaciones que invitan a pensar en la modernidad, el ecologismo, la familia, los vínculos, la violencia, los animales, las consecuencias, las decisiones, y sobre todo, en esa verdad única que habita dentro de cada uno de nosotros, y el extraño sentido de estar vivos en un mundo en llamas d´ónde la vida, frágil como una tacita de té de porcelana, sigue abriéndose paso como una leona.

Imagen de portada | Ethan/Flickr

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