Angustia volcánica | Reseña de La desaparición de Julia Phillips

Angustia volcánica | Reseña de La desaparición de Julia Phillips

«Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera, hecha cuerpo. Algo roto, en donde vive el que no vuelve».

Cometierra, Dolores Reyes

Abre La desaparición, primera novela de Julia Phillips, publicada en España por la editorial Sexto Piso, y sentirás el aliento de la violencia en tu nuca, suave y agridulce, como un volcán dormido bajo el paisaje crepuscular de Kamchatka, la corazonada subterránea que quiere sacarte el corazón del pecho de cuajo cuando sabes que algo va mal. Aliona y Sofia Golosóvskaia son dos niñas que van a jugar a la playa, en un día normal que girará el mundo de golpe. Secuestradas en el primer capítulo, su ausencia, como un efecto mariposa, dejará un poso oscuro que lo salpicará todo, como esas almohadas que se vuelven amarillas para siempre. El pasado, como el del país ruso, ya no puede cambiarse, e ilumina la realidad como un faro centelleante.

Ay, ya quisiera cualquier maestro del thriller una novela como esta ópera prima. Inteligente, escabrosa, enmarañada, aguda. Paciente como el dolor resistiéndose a abandonar el cuerpo, reconfortante como el chorrito de vodka en el té, terriblemente hermosa, difícil de olvidar, brillante como el caviar, contagiosa como la (pequeña) esperanza, que es lo último que se pierde. Cada párrafo esconde un secreto o un tesoro: ráscalo y lo encontrarás. Pero La desaparición no es un thriller al uso, o al menos el género se le queda muy corto y estrecho, y Julia Phillips se sale por sus costuras: su rompecabezas es un mosaico de historias entrelazadas de violencia, destierro, soledad y supervivencia, de añoranza, de arraigo y de pálpitos.

A lo largo de los siguientes meses que suceden a la desaparición de las niñas, personajes conectados de un modo u otro a ellas, como una fina telaraña que no podemos ver, pero sí tocar a tientas y esperar con paciencia a que los nudos se deshagan, se muestran, revelando sus cicatrices, los palazos de su existencia, los caminos abyectos, las pócimas para seguir respirando mientras el frío atenaza, las ausencias pican, los perros consuelan, los días pasan, los animales de la tundra dejan sus huellas en la nieve, los volcanes aguardan al próximo vómito de lava. Como decía una vieja canción de rap: la vida sigue, y esa es la verdad absoluta. La única certeza.

La desaparición de Julia Phillips

Como forradas de piel, emergidas de la ceniza o reconstruidas con kintsugi, las mujeres resquebrajadas de sus páginas continúan su senda. Algunas extrañan la Unión Soviética, otras conectan con su pertenencia nativa a través de una danza que eleva su cuerpo. A otras les escuece la soledad, otras rehacen sus trozos, otras escapan de la incomprensión de sus familias, de los viejos valores. Todas tienen sus secretos y sus atajos: pastillas, tragos, sexo, cerrar la puerta del coche y pisar el acelerador, añorar el orden, celebrar lo ancestral, soñar con otros cuerpos. Querrás hablarles, zarandearlas, guiar sus decisiones, invitarlas a un trago, ponerles el hombro, tocarles la mano. No puedes.

¿Y dónde están las niñas Golosóvskaia? La duda cruje dentro de cada página.

Sus personajes te picarán en la lengua: mujeres anisadas como el eneldo y bravas como la sangre de los renos, tristes y con la cabeza alta como los nativos repudiados en la capital. El paisaje aquí es un personaje más: frío y salvaje, donde también imperan el hambre y el aislamiento, las incertezas, la precariedad y el neocapitalismo que lo barre con más hambre que todos los osos juntos. Se nota la estupenda labor de investigación de Julia Phillips, que se mudó a Kamchatka para empaparse de su folclore y mezclarse con la comunidad rural en la que se ambienta esta historia.

La desaparición te enamorará como solo los libros brillantes pueden hacerlo. La acabarás y querrás releerla, manosearla, desordenarla, reordenarla. Volver a conectar los cables prendidos que sostienen a sus personajes: hombres endurecidos y mujeres supervivientes, gente rota por cuyas cáscaras se desliza el dolor, frío como el verano en Petropavlovsk que lo cambió todo. El dolor más viejo que la lava de Kamchatka, más antiguo que la especie humana, nacido en el vientre de la tierra, en las bacterias que llevan millones de años bajo el hielo, aposentado en los minerales que quedarán en el espacio cuando todos nos vayamos. Y en medio, la vida: minúsculos chispazos de esperanza en medio de tanta crueldad cotidiana.

Imagen de portada | Mary She/Unsplash

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