Latas de atún en el fin del mundo | Reseña de Mugre rosa de Fernanda Trías

Latas de atún en el fin del mundo | Reseña de Mugre rosa de Fernanda Trías

«Vivíamos para honrar a los niños que habíamos sido y que ya ni siquiera se parecían a nosotros»

Mugre rosa, Fernanda Trías

Fernanda Trías comenzó su proyecto literario de Mugre rosa mucho antes de que estallara la pandemia de coronavirus, pero en su inquietante historia se dejan ver males que salpican desde hace décadas, y que casi nos ahogan en los últimos meses: maternidades ásperas, una naturaleza agotada, apocalíptica y mutante, animales extintos, la claustrofobia de las casas convertidas en jaulas, una nostalgia llena de pinchos. Caben en ella refugiados climáticos, relaciones tóxicas y fosforitas, la soledad que taladra el pecho como una angina, el desarraigo. La belleza de un mundo que pudo ser otra cosa pero que destruimos, como todo lo demás. También hay mascarillas, sirenas de policía, calles desiertas, el silencio que duele sin los pájaros, biotecnología y comida sintética, recuerdos que no quieren desintegrarse, personas de primera y de segunda. Un futuro marcado por la incertidumbre, como una brújula pisoteada.

Ambientada en una ciudad portuaria donde una plaga misteriosa ha arrasado con todo, donde el viento enloquece y la niebla destruye, las aves escapan y las personas mastican sucedáneos de carne `prensada, esa mugre rosa como el cielo, Fernanda Trías nos llena la mente de algas y el corazón de peces radiactivos. Su originalísima historia tiene el desasosiego de las distopías y el vértigo de las catástrofes, eriza el vello como una advertencia bíblica, pero su magia consiste en tocar la fibra de la extrañeza contemporánea. Sus criaturas rotas nos recordarán a nosotras. Su mundo en llamas nos sonará de algo. Sus colores ruidosos despertarán algo del reptil hambriento, de las niñas muertas que llevamos dentro.

La protagonista de Mugre rosa se enfrenta a una vida que se cae trozos: un ser querido tocado por la plaga, una infancia que no abandona su memoria, el cuidado de un niño enfermo cuyo mal es engullir todo lo que tiene delante, una urbe desértica gobernada por el hambre, el estraperlo, la ley de los más avispados. En su desesperanza encontraremos luz, y del colapso aprenderemos algo.

«El viaje, si no está lleno de paradojas, no es un viaje».

Imagen de portada | Benjamin Lyngsø/Unsplash

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