«La única patria que tiene el hombre es su infancia» Rilke
La fruta del borrachero, ópera prima maravillosa de Ingrid Rojas Contreras publicada por la editorial Impedimenta -cuyas ediciones son auténticas golosinas para libreros y coleccionistas- es como una muñeca rusa y a la vez, un retorno a lo elemental. A la inocencia y a la curiosidad infinitas, a la eternidad de la niñez llena de recovecos, zarpazos que en la memoria de una niña se convertirán en cicatrices con el paso del tiempo, a la complicidad y al desasosiego, a los lazos en tiempos de guerra y a crecer en un clima de violencia extrema, a veces velada y sutil y otras, explícita y traumática.
Chula es una niña de siete años, despierta y sensible que vive en la Colombia de Pablo Escobar, confusa ante la explosión de coches bomba, que no entiende las diferencias entre paramilitares o guerrilleros, que no puede olvidar la bota de una niña que saltó por los aires, que mira con avidez las noticias y juega con su hermana Cassandra en su pequeño microcosmos. A su casa llega para trabajar Petrona, una joven y magnética adolescente de familia humilde y envuelta en misterio, con quien iniciará una particular amistad en medio de un período convulso dentro y fuera de las paredes de su casa. Mientras, la violencia empapa las calles de sangre, trastoca las familias y deja desaparecidos y muertos a su paso.
La fruta del borrachero, contada en primera persona de forma amplia desde el punto de vista de Chula y de forma alterna desde el punto de vista de Petrona, presenta un relato alterno adictivo y rompedor sobre la complicidad infantil, la traición, los secretos y la digestión del horror en la infancia. Ingrid Rojas Contreras deposita en la obra un gran componente autobiográfico de su propia vida y tiñe la narración de una voz personal colorida y plástica. Casi podemos oler la fruta hermosa, mística y endemoniada de ese árbol que custodia la casa y nos invita a entrar a esta recomendabilísima novela.
Imagen de portada | Alejandro Bayer Tamaño